Pasadena cuenta con un poco más de veinte poemas que se imponen desde el inicio con una declaración conceptual: estas son las palabras que nos sobrevivieron/ fuimos extraños arrojando las cenizas de un aduanero/ al viento del domingo. El libro está dirigido a una mujer que no se nombra, a una época que nunca se vivió, y a una ciudad desconocida y ficcional, a pesar de su rigor geocultural y hasta munícipe. Es así, como, por ejemplo, los ojos de la mujer tratando de encontrar explicación a su dolencia psicológica, se dejan llevar en una tangente nada menos que hacia las heladas laderas de Altadena. La cosa, el símbolo y el lenguaje se conjugan en tan sólo una imagen.
En las páginas del libro-objeto hallaremos una lluvia sobre los tejados de Linda Glen, un payaso decadente acosado por los niños, barriletes incendiados en lo alto, el fantasma/recuerdo de una adolescente llamada Mellow y un vecino que poda el césped en calzones, entre otras propuestas al imaginario americano extranjero. No faltan fuertes parates introspectivos como este pasaje: duermo/ al levantar los párpados/ el rostro del verdugo en el espejo del botiquín/ decidirá rasurar/ o cortar por la garganta.
Reseña de Revista Travel, Buenos Aires.